Oh maestro, maestra, cuánto esfuerzo. Cada día en esa lucha incesante por hacer que un animal se vuelva humano, por convertir a un engreído en responsable; por convertir a un abandonado en hombre de sociedad; como si este Perú fuese de hombres reflexivos, te piden que aprendan conocimientos. Pobres, estos niños de conocimiento y afecto, de modelo y guía, querrán todavía aprender alguna ciencia. Lo único que quieren y aprenden es a arranchar ese pan que viene en bolsas recicladas.
A veces, tienes que luchar no solo con el infante ignorante, sino también con el antiguo ignorante. A veces vienen los padres petulantes, inflados con el consejo de algún periodista de pacotilla; otras, de rodillas cual empresario pide el favor de un gobernante.
¡Y hay un día para el maestro!
Pero qué te espera, un alumno sin uniforme, una grosería o desafecto de algún discente, o el pensamiento perverso de algún padre.
¡Y pensar que es el día del maestro! Creer que alguna conciencia podía agradecerte por tu servicio es demasiado pedido.
En tiempo de elección, algún político rifaba tu ansiedad con su interés por tu voto; en tiempo de clases, alguna madre o padre se te acerca con su amistad convenida. Esta es tu realidad, tú que por enseñar a hijos ajenos abandonas tu sangre; tú, apesar de un presente ausente, seguirás en esa lucha por un simple pasatiempo.
¡Feliz día maestro luzuriaguino!
Maestro
Vocación tempranera y siempre bien sentida,
esta de ser Maestro por amor entregado,
este ir alumbrando caminos por la vida,
ilusionadamente, de niños rodeado.
Poner alma de artista en la noble tarea,
con fuerza misionera y mano delicada;
saber irse quemando en aras de una idea,
saber seguir la estrella del bien entresoñada…
Sembrador sin pereza, poner en la besana
al par del rubio trigo semilla de amapolas;
estrenar alegría y fe cada mañana,
y en el trance difícil quedar con Dios a solas.
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